
Una noche en el invierno, nevó bastante y sopló el furioso viento. Un lobo estuvo andando lentamente en las dichas situaciones del tiempo; asimismo, tuvo muchísima hambre y sólo pudo salir afuera a buscar algo para comer. Después de caminar mucho tiempo, no hubo encontrado nada y nada. Lo que sintió él no sólo fue el hambre sino también el frío. Así pues, casi no pudo sostenerse
más.
En ese momento, vio, de repente, una casita de madera a lo lejos. Por la ventana, iluminó la luz calentita y el lobo pasó reptando difícilmente. Luego, se cayó delante de la puerta de la casita de madera. Y de hecho, ésta era de la libere. En ese momento, la liebre ya hubo comido la cena, y se sentó descansando en el sillón. En la chimenea que estuvo al lado, se estaba quemando el fuego furioso. Toda la casita se quedó calentita como si hubiera estado en la primavera. ¡Qué cómodo pudo sentirse!
La liebre oyó un ruido de algo que se cayó en el suelo. Se levantó a verlo. Cuando descubrió que fue un lobo, se asustó bastante, y cerró la puerta enseguida. La libre se escondió tras la puerta temblando sin parar. Además, reconoció que este lobo justamente fue el enemigo que había comido a su hijo. Fue una noche muy entrada del verano hace unos años. El hijo de la liebre, cuando durmió, olvidó a cerrar bien la ventana. Entonces, a media noche, el lobo entró en la casita a hurtadillas, y se lo llevó. Cuando la liebre llegó, ya no pudo encontrar ningún vestigio de su hijo. Ahora, el enemigo que mató a su hijo se está acostando fuera de la puerta.
La liebre pensó en su corazón: —Afuera está haciendo el viento sin parar. Además, reconoció que este lobo justamente fuerte y nevando bastante. Así que, con sólo muy poco tiempo, se va a morir congelado. La liebre le agradeció silenciosamente a Dios que le ayudara a vengarse.
Ella caminó hacia la ventana y vio al lobo que estuvo acostado en el suelo y ya se hubo desvanecido. La furiosa nieve estuvo cayendo, sin parar, encima de su cuerpo. Entonces, la liebre se sintió, de repente, un poco apenada. Pero, ella se dijo a sí misma enseguida:
Esta vez fue que el Cielo lo vengó por mí. ¿Cómo podría yo ponerme simpática con él? Entonces, se fue a dormir inmediatamente en la cama. Mientras que, no podía dormirse nada. Siempre estaba preocupada por el lobo que estuvo caído en la nieve. Entonces, volvió a levantarse y llegó al lado de la ventana; se quedó allá viendo hacia fuera. En ese momento, todavía estuvo nevando más y más. Casi habría cubierto todo el cuerpo del lobo. Lo vio la liebre y se sintió muy triste. Al final, no pudo aguantar más, y a continuación, se decidió a abrir la puerta y salió andando a arrastrar al lobo; luego, lo llevó a su casa.
La liebre dejó al lobo dormir en su propia cama. También lo calentó y le hizo comida. Bajo el cuidado delicado de la liebre, poco tiempo después, el lobo se despertó.
—¿Dónde me encuentro? ¡Qué bonito! Y ¡qué calentito!
—Te mareaste y te caíste a la puerta de mi casa. Fui yo que te salvé y te traje aquí.
—Ya tengo mucha hambre.
—Bueno, te he preparado bien la comida. ¡Cómela rápido!
El lobo tenía demasiada hambre. La comida que le dio la liebre, ya se terminó de comer absolutamente en un rato.
—Todavía no estoy lleno. Quiero comer más.
—Como está haciendo tanto frío, no mantengo mucha comida en depósito. Aguántate un rato. Voy a cocinar algo más para ti.
Entonces, la liebre cocinó toda su comida en depósito para el lobo. Sin embargo, éste aún no se sintió nada satisfecho.
—Liebre del buen corazón, me estoy temblando de hambre. Todavía tengo muchas ganas de comer algo más.
—Lo siento bastante. Ya no tengo nada más para ti. Como hace tanto frío, no será muy fácil encontrar más comida.
—Pero, de hecho, todavía tengo muchísima hambre. Pues, la carne de tu cuerpo huele muy rica. Liebre del buen corazón, sé buena gente para siempre. Y déjame comerte.
La liebre se asustó y se fue huyendo inmediatamente. Pero, el lobo saltó a la puerta y la agarró. Se la comió mordiendo cruelmente. Dentro de medio día, en la casita de liebre, además del lobo, sólo se quedaron los huesos de la dicha pobre liebre por todo el suelo.
En ese momento, vio, de repente, una casita de madera a lo lejos. Por la ventana, iluminó la luz calentita y el lobo pasó reptando difícilmente. Luego, se cayó delante de la puerta de la casita de madera. Y de hecho, ésta era de la libere. En ese momento, la liebre ya hubo comido la cena, y se sentó descansando en el sillón. En la chimenea que estuvo al lado, se estaba quemando el fuego furioso. Toda la casita se quedó calentita como si hubiera estado en la primavera. ¡Qué cómodo pudo sentirse!
La liebre oyó un ruido de algo que se cayó en el suelo. Se levantó a verlo. Cuando descubrió que fue un lobo, se asustó bastante, y cerró la puerta enseguida. La libre se escondió tras la puerta temblando sin parar. Además, reconoció que este lobo justamente fue el enemigo que había comido a su hijo. Fue una noche muy entrada del verano hace unos años. El hijo de la liebre, cuando durmió, olvidó a cerrar bien la ventana. Entonces, a media noche, el lobo entró en la casita a hurtadillas, y se lo llevó. Cuando la liebre llegó, ya no pudo encontrar ningún vestigio de su hijo. Ahora, el enemigo que mató a su hijo se está acostando fuera de la puerta.
La liebre pensó en su corazón: —Afuera está haciendo el viento sin parar. Además, reconoció que este lobo justamente fuerte y nevando bastante. Así que, con sólo muy poco tiempo, se va a morir congelado. La liebre le agradeció silenciosamente a Dios que le ayudara a vengarse.
Ella caminó hacia la ventana y vio al lobo que estuvo acostado en el suelo y ya se hubo desvanecido. La furiosa nieve estuvo cayendo, sin parar, encima de su cuerpo. Entonces, la liebre se sintió, de repente, un poco apenada. Pero, ella se dijo a sí misma enseguida:
Esta vez fue que el Cielo lo vengó por mí. ¿Cómo podría yo ponerme simpática con él? Entonces, se fue a dormir inmediatamente en la cama. Mientras que, no podía dormirse nada. Siempre estaba preocupada por el lobo que estuvo caído en la nieve. Entonces, volvió a levantarse y llegó al lado de la ventana; se quedó allá viendo hacia fuera. En ese momento, todavía estuvo nevando más y más. Casi habría cubierto todo el cuerpo del lobo. Lo vio la liebre y se sintió muy triste. Al final, no pudo aguantar más, y a continuación, se decidió a abrir la puerta y salió andando a arrastrar al lobo; luego, lo llevó a su casa.
La liebre dejó al lobo dormir en su propia cama. También lo calentó y le hizo comida. Bajo el cuidado delicado de la liebre, poco tiempo después, el lobo se despertó.
—¿Dónde me encuentro? ¡Qué bonito! Y ¡qué calentito!
—Te mareaste y te caíste a la puerta de mi casa. Fui yo que te salvé y te traje aquí.
—Ya tengo mucha hambre.
—Bueno, te he preparado bien la comida. ¡Cómela rápido!
El lobo tenía demasiada hambre. La comida que le dio la liebre, ya se terminó de comer absolutamente en un rato.
—Todavía no estoy lleno. Quiero comer más.
—Como está haciendo tanto frío, no mantengo mucha comida en depósito. Aguántate un rato. Voy a cocinar algo más para ti.
Entonces, la liebre cocinó toda su comida en depósito para el lobo. Sin embargo, éste aún no se sintió nada satisfecho.
—Liebre del buen corazón, me estoy temblando de hambre. Todavía tengo muchas ganas de comer algo más.
—Lo siento bastante. Ya no tengo nada más para ti. Como hace tanto frío, no será muy fácil encontrar más comida.
—Pero, de hecho, todavía tengo muchísima hambre. Pues, la carne de tu cuerpo huele muy rica. Liebre del buen corazón, sé buena gente para siempre. Y déjame comerte.
La liebre se asustó y se fue huyendo inmediatamente. Pero, el lobo saltó a la puerta y la agarró. Se la comió mordiendo cruelmente. Dentro de medio día, en la casita de liebre, además del lobo, sólo se quedaron los huesos de la dicha pobre liebre por todo el suelo.
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