jueves, 27 de noviembre de 2008
Skaska
martes, 25 de noviembre de 2008
Antiguo consejo chino
- ¡Padre, qué desgracia! Se nos ha ido el caballo!
- ¿Por qué le llamas desgracia? - respondió el padre -¡Veamos que trae el tiempo!
A los pocos días el caballo regresó, acompañado de una yegua.
-¡Padre, qué suerte! -exclamó esta vez el muchacho -Nuestro caballo ha traído una yegua.
- ¿Por qué le llamas suerte? - repuso el padre – Veamos qué nos trae el tiempo.
En unos cuantos días más, el muchacho quiso montar la yegua, y ésta, no acostumbrada al jinete, se encabritó y lo arrojó al suelo. El muchacho se quebró una pierna.
- ¡Padre, qué desgracia! - exclamó ahora el muchacho-.¡Me he quebrado la pierna!
Y el padre, retomando su experiencia y sabiduría, sentenció:
- ¿Por qué le llamas desgracia? ¡Veamos lo que trae el tiempo!
El muchacho no se convencía sino que gimoteaba en su cama.
Pocos días después pasaron por la aldea los enviados del rey para movilizar a los jóvenes y llevárselos a la guerra. Vinieron a la casa del anciano, pero como vieron al joven con su pierna entablillada, lo dejaron y siguieron de largo. Al poco tiempo estalló la guerra y la mayor parte de los jóvenes murieron en el campo de batalla y solo se salvó el joven campesino debido a su cojera.
El joven comprendió entonces que nunca hay que dar ni la desgracia ni la fortuna como absolutas, sino que siempre hay que darle tiempo al tiempo, para ver si algo es malo o bueno.La moraleja de este antiguo consejo chino es que la vida da tantas vueltas, y es tan paradójico su desarrollo, que lo malo se hace bueno, y lo bueno, malo
lunes, 24 de noviembre de 2008
La niña lista

Dos hermanos marchaban juntos por el mismo camino. Uno de ellos era pobre y montaba una yegua; el otro, que era rico, iba montado sobre un caballo.
Se pararon para pasar la noche en una posada y dejaron sus monturas en el corral. Mientras todos dormían, la yegua del pobre tuvo un potro, que rodó hasta debajo del carro del rico. Por la mañana el rico despertó a su hermano, diciéndole:
-Levántate y mira. Mi carro ha tenido un potro.
El pobre se levantó, y al ver lo ocurrido exclamó:
-Eso no puede ser. ¿Dónde se ha visto que de un carro pueda nacer un potro? El potro es de mi yegua.
El rico le repuso:
-Si lo hubiese parido tu yegua, estaría a su lado y no debajo de mi carro.
Así discutieron largo tiempo y al fin se dirigieron al tribunal. El rico sobornaba a los jueces dándoles dinero, y el pobre se apoyaba solamente en la razón y en la justicia de su causa.
Tanto se enredó el pleito, que llegaron hasta el mismo zar, quien mandó llamar a los dos hermanos y les propuso cuatro enigmas:
-¿Qué es en el mundo lo más fuerte y rápido?
-¿Qué es lo más gordo y nutritivo?
-¿Qué es lo más blando y suave?
-¿Qué es lo más agradable?
Y les dio tres días de plazo para acertar las respuestas, añadiendo:
-El cuarto día vengan a darme la contestación.
El rico reflexionó un poco y, acordándose de su comadre, se dirigió a su casa para pedirle consejo. Ésta le hizo sentar a la mesa, convidándolo a comer, y, entretanto, le preguntó:
-¿Por qué estás tan preocupado, compadre?
-Porque el zar me ha dado para resolver cuatro enigmas un plazo de tres días.
-¿Y qué enigmas son?
-El primero, qué es en el mundo lo más fuerte y rápido.
-¡Vaya un enigma! Mi marido tiene una yegua torda que no hay nada más rápido; sin castigarla con el látigo alcanza a las mismas liebres.
-El segundo enigma es: ¿Qué es lo más gordo y nutritivo?
-Nosotros tenemos un cerdo al que estamos cebando hace ya dos años, y se ha puesto tan gordo que no puede tenerse de pie.
-El tercer enigma es: ¿Qué es lo más blando y suave?
-Claro que el lecho de plumas. ¿Qué puede haber más blando y suave?
-El último enigma es el siguiente: ¿Qué es lo más agradable?
-¡Lo más agradable es mi nieto Ivanuchka!
-Muchas gracias, comadre. Me has sacado de un gran apuro; nunca olvidaré tu amabilidad.
Entretanto el hermano pobre se fue a su casa vertiendo amargas lágrimas. Salió a su encuentro su hija, una niña de siete años, y le preguntó:
-¿Por qué suspiras tanto y lloras con tal desconsuelo, querido padre?
-¿Cómo quieres que no llore cuando el zar me ha propuesto cuatro enigmas que ni siquiera en toda mi vida podría adivinar y debo contestarle dentro de tres días?
-Dime cuáles son.
-Pues son los siguientes, hijita mía: ¿Qué es en el mundo lo más fuerte y rápido? ¿Qué es lo más gordo y nutritivo? ¿Qué lo más blando y suave? ¿Qué lo más agradable?
-Tranquilízate, padre. Ve a ver al zar y dile: «Lo más fuerte y rápido es el viento. Lo más gordo y nutritivo, la tierra, pues alimenta a todo lo que nace y vive. Lo más blando, la mano: el hombre, al acostarse, siempre la pone debajo de la cabeza a pesar de toda la blandura del lecho; y ¿qué cosa hay más agradable que el sueño?»
Los dos hermanos se presentaron ante el zar, y éste, después de haberlos escuchado, preguntó al pobre:
-¿Has resuelto tú mismo los enigmas o te ha dicho alguien las respuestas?
El pobre contestó:
-Majestad, tengo una niña de siete años que es la que me ha dicho la solución de tus enigmas.
-Si tu hija es tan lista, dale este hilo de seda para que me teja una toalla con dibujos para mañana.
El campesino tomó el hilo de seda y volvió a su casa más triste que antes.
-¡Dios mío, qué desgracia! -dijo a la niña-. El zar ha ordenado que le tejas de este hilo una toalla.
-No te apures, padre -le contestó la chica.
Sacó una astilla del palo de la escoba y se la dio a su padre, diciéndole:
-Ve a palacio y dile al zar que busque un carpintero que de esta varita me haga un telar para tejer la toalla.
El campesino llevó la astilla al zar, repitiéndole las palabras de su hija. El zar le dio ciento cincuenta huevos, añadiendo:
-Dale estos huevos a tu hija para que los empolle y me traiga mañana ciento cincuenta pollos.
El campesino volvió a su casa muy apurado.
-¡Oh, hijita! Hemos salido de un apuro para entrar en otro.
-No te entristezcas, padre -dijo la niña.
Tomó los huevos y se los guardó para comérselos, y al padre lo envió otra vez al palacio:
-Di al zar que para alimentar a los pollos necesito tener mijo de un día; hay, pues, que labrar el campo, sembrar el mijo, recogerlo y trillarlo, y todo esto debe ser hecho en un solo día, porque los pollos no podrán comer otro mijo.
El zar escuchó con atención la respuesta y dijo al campesino:
-Ya que tu hija es tan lista, dile que se presente aquí; pero que no venga ni a pie ni a caballo, ni desnuda ni vestida; sin traerme regalo, pero tampoco con las manos vacías.
«Esta vez -pensó el campesino- mi hija no podrá resolver tantas dificultades. Llegó la hora de nuestra perdición.»
-No te apures, padre -le dijo su hija cuando llegó a casa y le contó lo sucedido-. Busca un cazador, cómprale una liebre y una codorniz vivas y tráemelas aquí.
El padre salió, compró una liebre y una codorniz y las llevó a su casa.
Al día siguiente, por la mañana, la niña se desnudó, se cubrió el cuerpo con una red, tomó en la mano la codorniz, se sentó en el lomo de la liebre y se dirigió al palacio.
El zar salió a su encuentro a la puerta y la niña lo saludó, diciendo:
-¡Aquí tienes, señor, mi regalo!
Y le presentó la codorniz. El zar alargó la mano; pero en el momento de ir a cogerla echó a volar aquélla.
-Está bien -dijo el zar-. Lo has hecho todo según te había ordenado. Dime ahora: tu padre es pobre, ¿cómo viven y con qué se alimentan?
-Mi padre pesca en la arena de la orilla del mar, sin poner cebo, y yo recojo los peces en mi falda y hago sopa con ellos.
-¡Qué tonta eres! ¿Dónde has visto que los peces vivan en la arena de la orilla? Los peces están en el agua.
-¿Crees que eres más listo tú? ¿Dónde has visto que de un carro pudiera nacer un potro?
-Tienes razón -dijo el zar, y adjudicó el potro al pobre.
En cuanto a la niña, la hizo educar en su palacio, y cuando fue mayor se casó con ella, haciéndola zarina.
viernes, 21 de noviembre de 2008
Cuento popular gitano
Cogió una montaña de arena y un gran río de agua, los unió y los mezcló. De la mezcla resultó barro. Fabricó figuritas con cabeza, dos brazos, dos piernas, pies... Hizo millones y millones de figuritas. Las llevó a una gran cocina en cuyo interior tenía un horno mágico. Metió las figuritas dentro y esperó.
No esperó demasiado porque estaba muy impaciente. Abrió la puerta y las figuritas salieron. Estas aprendieron a andar, escribir... poco a poco. Y como habían estado tan poco tiempo en el horno, sus caritas y cuerpos eran pálidos. Así nacieron las personas, hombres y mujeres de raza blanca.
La mujer morena estaba muy contenta e ilusionada, y de nuevo volvió hacer la misma tarea.
Cogió una montaña de arena y un gran río de agua y los mezcló. Con la mezcla resultante hizo millones y millones de figuritas con cabeza, dos piernas, dos brazos... las metió en su horno mágico y esperó.
Durante la espera se distrajo con un bello pájaro multicolor que pasaba delante de su ventanal. Tanto esperó, que las figuritas pasaron mucho tiempo dentro del horno. Al abrirlo salieron todas ellas. Igualmente aprendieron a escribir, pensar, sumar... poco a poco. Como estuvieron mucho tiempo salieron muy oscuras. De esta forma nacieron las personas, hombres y mujeres de raza negra.
La mujer estaba ya muy contenta porque tenía ya personas, pero lo intentó una vez más; mezcló el gran río y la montaña de arena, y con el barro resultante nuevamente modeló figuritas iguales a las anteriores, con dos piernas, cabeza, dos brazos... las metió en el horno y esperó.
Mientras esperaba se inventó una máquina para poder medir el tiempo. Con esto sabía en que momento estarían listas. Cuando llegó el momento, abrió el horno y salieron.
De la misma forma aprendieron a escribir, sumar, multiplicar, leer... poco a poco.
Estas figuritas no salieron ni con la piel negra, ni con la piel blanca, sino ligeramente tostados y morenitos. Así salieron los hombres y mujeres de raza gitana.
REFLEXIÓN:
Todas las personas blancas, negras, amarillas, gitanos, hindúes, ecuatorianos... estamos hechos de la misma manera:
con un río entero de agua
con una gran montaña de arena
y un horno mágico.
Contado por Sebastián Porras.
jueves, 20 de noviembre de 2008
El niño rojo
Un día, del temible cielo, que no era rojo cayó la peligrosa lluvia sin color, todos en pueblo rojo corrieron a esconderse a sus casas rojas, pero Lailo estaba perdido y no sabía volver con sus padres rojos. Y allí se quedó, empapándose, en medio de la plaza roja, llorando lágrimas rojas. Se quedó dormido del cansancio, lo despertó el ruido de voces, al abrir los ojos vio a un grupo de gente roja que lo miraban con miedo y con desprecio. En sus bocas rojas que murmuraban solo se podía leer la palabra AZUL. Fue entonces cuando Lailo miró sus manos, ¡ya no eran rojas!, la lluvia las había convertido en azules.
Asustado, observó como su padre se acercaba, corrió hacia él y la abrazó.
-Papá, ¿ Por qué soy azul?, ayer era rojo como los demás. ¿ Qué ha pasado con mi color?
-Lailo , nunca has sido rojo. Al nacer, tu madre y yo nos asustamos porque no eras rojo. Te pintamos para que nadie se diera cuenta y pudieras seguir con nosotros. Y ahora la lluvia ha hecho desaparecer la pintura revelando tu verdadero color.
El terror se dibujó en los ojos de su padre, que lo empujó y le gritó:
- ¡Sal corriendo, Lailo! ¡ Vete antes de que te metan en la cárcel con los demás colores! Busca el pueblo de tu color.
Y el Lailo azul, aterrorizado, echó a correr por las calles rojas y atravesó la puerta roja que había en las murallas rojas de la ciudad. Corrió hasta tropezarse con una nueva muralla, que era de color verde. En la puerta un guardián verde le dijo:
- Este no es tu pueblo, aquí no queremos gente de tu color. Sois vagos y traicioneros. Vete por donde viniste o tendré que avisar a la policía.
Lailo entristecido, comenzó a rodear la muralla verde para no adentrarse en el bosque, al que sus padres le habían prohibido ir. Al cabo, vio una ventana en la muralla, se asomó por ella, cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, pudo ver varias habitaciones. Una de ellas estaba llena de gente de color amarillo, otra con gente marrón una tercera con gente roja. Entre estos últimos, pudo ver a gente que recordaba en su pueblo, gente que había traspasado las murallas y que nunca habían vuelto. DESAPARECIDOS.
Fue entonces cuando Lailo cayó en la cuenta de que aquello era la cárcel. Ese era el destino que le esperaba si no encontraba pronto el pueblo Azul.
Echó a correr una vez más pasó por murallas amarillas, negras y violetas, grises, blancas, sin pararse en ninguna de ellas. Estaba cansado, empezaba a perder la esperanza de encontrar algún día ese mundo azul, donde no sería rechazado y encarcelado por su color.
Lailo se sentó en el camino y rompió a llorar. ¿Dónde esta el mundo azul? Pensaba , ¿Cómo podré encontrarlo? En ese momento alguien le tocó en el hombro, al levantar la vista vio a una mujer que le sonreía. Era una mujer verde.
- Me llamo Deira, pequeño sígueme.
- No , - contestó Lailo- No me querrán de donde tu vienes. Soy azul.
Ella se agachó y con un guiño le dijo:
- De donde yo vengo no hay un solo color.
Deira comenzó adentrarse en el bosque. Lailo recordó la advertencia de sus padres y dudó en seguirla. Pero tras meditarlo un momento pensó que ya no tenía nada que perder. Estaba solo en un mundo sin azul, y la siguió, aunque con los ojos llenos de lágrimas.
Pasó mucho tiempo y acabaron llegando a un claro del bosque donde vio un pueblo en el que no habían murallas. Lailo se secó las lágrimas y se fijó en unos niños amarillos jugando con niños verdes en un jardín rojo. A cualquier sitio donde miraba veía miles de colores. Un hombre añil le acarició la cabeza al pasar a su lado , la gente lo miraba y le sonreía. " ¿Eres nuevo? preguntaban "Bienvenido" le decían Lailo no podía creerlo y buscó a Deira con su mirada. Se sentaron en un banco y la mujer comenzó a hablar.
- Hace mucho tiempo que existían los colores y un buen día nació un niño, también sin color. Sus padres que tenían mucho dinero, quisieron hacerle especial y distinguirlo de los demás. Lo pintaron de rojo y lo exhibieron orgulloso. La comunidad estaba encantada con el nacimiento de un color distinto. Ese niño creció y pintó a sus hijos de color marrón, y así fueron surgiendo los colores.
Pero pronto empezaron los problemas. Después de tanto tiempo, la pintura había teñido ya la piel, no se podía sacar con agua. Acabaron separándose: los amarillos iban con los amarillos, los naranjas con los naranjas. Los padres verdes decían " sus hijos desconfían de los niños que no son verdes", no jueguen con ellos" "no son como ustedes" ... Así acabaron instalándose cada uno en pueblos en los que sólo se permitían entrar a la gente de ese color. Levantaron muros pintados para que los demás colores supieran que no eran bienvenidos. Se juntaban entre ellos para que sus hijos tuvieran un color más puro.Pasado mucho tiempo, un joven verde salió de su pueblo verde para coger manzanas rojas en el campo, pero cuando volvió al pueblo cayó en un agujero del que no podía salir solo.
Por casualidad pasó por allí una muchacha azul, que se había arriesgado a salir de su pueblo azul para coger flores amarillas. Al oírle pedir socorro, se acercó y le ayudó a salir. Él en agradecimiento le regaló una manzana roja que la muchacha mordió con su boca azul, ella le prendió una flor amarilla en su camisa verde.
Siguieron viéndose a escondidas y un día decidieron huir al bosque y construyeron una casa con tejados rojo, paredes amarillas y puertas verdes, plantaron margaritas blancas, lavandas azules, violetas y claveles rojos.
Y de esa forma nació un nuevo pueblo con millones de colores. En los demás poblados de un solo color se hablaba de la leyenda de un pueblo donde el color no importaba, donde todos se mezclaban, donde no había colores buenos ni malos, sino simplemente distintos.
Algunos se aventuraron a buscar ese pueblo de la leyenda. Muchos solo llegaron a otros pueblos de un color y fueron a la cárcel, pero otros si que llegaron a encontrarlo y se quedaron. Igual que tú lo has encontrado hoy. "Es Este, El Pueblo de los mil colores".
El niño la miraba con asombro, lo que Deira decía tenía sentido, pero había oído de siempre que los rojos eran los mejores, los más buenos.
¿No me crees? Dime una cosa, cuando sueñas y cierras los ojos ,¿Qué colores ves?
Lailo bajó la mirada avergonzada. Se sentía culpable, porque siempre había soñado con todos los colores, aunque nunca lo había admitido para no parecer raro, siempre decía que sonaba con el rojo.
- No hace falta que conteste - dijo Deira- Todos soñamos en color pequeño, todos pero nadie se atreve a confesarlo, hasta que no llegan a este pueblo.
Lailo lo miró con cara de asombro.
- A ver ahora cierra los ojos, toma come este pedazo de pan rojo, cómelo.
Lailo metió el pedazo de pan en su boca y lo saboreo. Era delicioso.
- Ahora ponte esta camisa de color roja.
La camisa era perfecta, el tacto de la tela era como una nube.
- Huele esta rosa roja.
le llegó el perfume más maravilloso que nunca había olido.
- Por último escucha el sonido de este violín rojo.
Sus oídos se deleitaron con la más hermosa música. "Decididamente las cosas mejores son las rojas"
- Abre los ojos Lailo.
Lailo contempló en silencio, en una de sus manos estaba una rosa amarilla, en la otra un pan marrón, llevaba puesto una camisa naranja y el violín era negro.
Deira se arrodilló ante Lailo y lo miró a los ojos:
- Aquí serás feliz. Tu color no importa, solo has de recordar una cosa. A las flores júzgalas por su olor al instrumento por su música, a la comida por su sabor, a la ropa por su tacto. Somos como algodón Lailo.Todos tenemos el mismo color, solo el tinte es diferente.
Lailo sonrió , y miró a los niños de colores que jugaban junto a la fuente gris con agua azul. Deira con un gesto le indicó que fuera con ellos.
Y el niño azul con camisa naranja y la nariz pintada de polen amarillo fue corriendo a jugar con la niña celeste y el niño berbellón que jugaba con la pelota roja sobe el césped verde. Y al rato se unieron a ellos la niña marrón con lazos azules y el niño violeta con zapatos blancos.
A unos metros Deira contemplaba complacida coma aquel grupo de chiquillos a los que sus ojos nos les veía color alguno, jugaban sobre la hierba verde con una pelota roja.
Al cabo de un rato, se levantó, como tantos otros, a buscar a esas personas todavía perdidas en mundos tan pobres, tan pobres, tan pobres, que de tan pobres que son, ¡sólo tienen un color!
16/11/ celebramos el Día Internacional para la Tolerancia
miércoles, 19 de noviembre de 2008
Romance de la talabartera
Aguzad vuestros oídos y entendimiento.
En un cortijo de Córdoba,
vivía un talabartero
con una talabartera.
Ella era mujer arisca,
él hombre de gran paciencia,
ella giraba en los veinte
y él pasaba de cincuenta.
¡Santo Dios, cómo reñían!
Miren ustedes la fiera,
burlando al débil marido
con los ojos y la lengua.
Cabellos de emperadora
tiene la talabartera,
y una carne como el agua
cristalina de Lucena.
Cuando movía las faldas
en tiempos de primavera
olía toda su ropa
a limón y a yerbabuena.
¡Ay, qué limón, limón
de la limonera!
¡Qué apetitosa
talabartera!
Ved cómo la cortejaban
mocitos de gran presencia
en caballos relucientes
llenos de borlas de seda.
Gente cabal y garbosa
que pasaba por la puerta
haciendo brillar adrede
las onzas de sus cadenas.
La conversación a todos
daba la talabartera,
y ellos caracoleaban
sus jacas sobre las piedras.
Miradla hablando con uno
bien peinada y bien compuesta,
mientras el pobre marido
clava en el cuero la lezna.
Esposo viejo y decente
casado con joven tierna,
qué tunante caballista
roba tu amor en la puerta.
Un lunes por la mañana
a eso de las once y media,
cuando el sol deja sin sombra
los juncos y madreselvas,
cuando alegremente bailan
brisa y tomillo en la sierra
y van cayendo las verdes
hojas de las madroñeras,
regaba sus alhelíes
la arisca talabartera.
Llegó su amigo trotando
una jaca cordobesa
y le dijo entre suspiros:
Niña, si tú lo quisieras,
cenaríamos mañana
los dos solos, en tu mesa.
¿Y qué harás de mi marido?
Tu marido no se entera.
¿Qué piensas hacer? Matarlo.
Es ágil. Quizá no puedas.
¿Tienes revólver? ¡Mejor!,
¡tengo navaja barbera!
¿Corta mucho? Más que el frío.
Y no tiene ni una mella.
¿No has mentido? Le daré
diez puñaladas certeras
en esta disposición,
que me parece estupenda:
cuatro en la región lumbar,
una en la tetilla izquierda,
otra en semejante sitio
y dos en cada cadera.
¿Lo matarás en seguida?
Esta noche cuando vuelva
con el cuero y con las crines
por la curva de la acequia.
F.G. Lorca
La zapatera prodigiosa
lunes, 17 de noviembre de 2008
La princesa y el bufón

-¡Bravo, bravo! - Decía la princesa aplaudiendo y sin dejar de reír.
Y el enano contagiado de su alegría, saltaba y saltaba, hasta que cayó al suelo rendido.
- ¡Sigue saltando, por favor¡ - dijo la princesa. Pero el enano ya no podía más. La princesa se puso triste y se retiró a sus aposentos.
Al rato, el enano, orgulloso de haber agradado a la princesa, decidió ir a buscarla convencido de que ella se iría a vivir con él al bosque. “Ella no es feliz aquí” pensaba el enano.“Yo la cuidaré y la haré reír siempre”
El enano recorrió el palacio buscando la habitación de la princesa, pero al llegar a uno de los salones vio algo horrible. Ante él había un monstruo que lo miraba con ojos torcidos y sanguinolentos, con unas manos peludas y unos pies enormes.
El enano quiso morirse cuando se dio cuenta de que aquel monstruo era él mismo, reflejado en un espejo. En ese momento entró la princesa con su séquito.
-¡Ah, estás ahí!, ¡qué bien! Baila otra vez para mí, por favor.
Pero el enano estaba tirado en el suelo y no se movía. El médico de la corte se acercó a él y le tomó el pulso.
- Ya no bailará más para vos, princesa – le dijo.
- ¿Por qué? - preguntó la princesa.
- Porque se le ha roto el corazón
Y la princesa contestó:
- De ahora en adelante, que todos los que vengan a palacio no tengan corazón.
viernes, 14 de noviembre de 2008
Arlequín

"Teta roja de sol
teta azul de la luna.
Torso mitad coral,
Mitad plata y penumbra."
Federico García Lorca.
Más tarde, en las arlequinadas de los siglos XVII y XVIII, el personaje tomó otras características pasando a ser un amante insidioso, vestido con el mismo traje cuyos parches se convirtieron en cuadros en forma de rombo, de colores brillantes.
El origen de Arlequín está en Hellekin o Helle-kin que era un reflejo diablesco del dios Odín (padre de todos en la mitología escandinava). Era el personaje principal y satánico del Car-navalis o Carrus-navalis de las fiestas del equinoccio de primavera, fiestas que duraron hasta el siglo XIII en Flandes y Alemania. En ellas se recordaba las entradas de los vikingos.
jueves, 13 de noviembre de 2008
Yu Sze

miércoles, 12 de noviembre de 2008
Kokopelli

Kokopelli es del suroeste de EE.UU., de hace mas de 3000 años atras. Aunque sus origenes verdaderos son desconocidos, este viajante, tocador de flauta Casanova es una figura sagrada para muchos indios nativos del suroeste de EE.UU. Grabados de su encogida espalda tocando flauta fue encontrada pintada en paredes de piedra y rocas grandes en muchas partes del suroeste.
Hay muchos mitos sobre el famoso Kokopelli. Uno de ellos es que el viajaba de villa a villa llevando los cambios de invierno a primavera, derritiendo la nieve y trallendo lluvia para una exitosa cosecha. Es tambien dicho que la curvatura de su espalda retrato el saco de semillas y canciones que el llevaba. La leyenda tambien dice que la flauta que toca tambien simboliza la transición entre el invierno a la primavera. La flauta de Kokopelli se dice que escucha la brisa de la primavera, mientras trae calor. Tambien se dice que el era la fuente de concepción humana. Según la leyenda, todos en la villa deberían cantar y bailar durante toda la noche mientras escucharan a Kokopelli tocar su flauta. La mañana siguiente, todas las doncellas en la villa deberian tener chicos.Sea cual sea el verdadero significado de Kokopelli, ha sido una fuente para hacer musica y baile, y ha expandido diversion a los que estan junto a el. Aun hoy, Kokopeli, con su encorvada espalda y su flauta, es siempre bienvenido en nuestras casas.
martes, 11 de noviembre de 2008
El Clown en la historia

El clásico circo americano de tres pistas nació en Londres a mediados del siglo XVIII, con la arriesgada exhibición de un jinete que cabalgaba alrededor de una pista circular. La popularidad de ese número inspiró su versión cómica, que recibió el nombre de "Billy Buttons"
o "Tailor's Ride to Brendford", en que un torpe sastre que intenta llegar a caballo a unas elecciones pasa más tiempo cayéndose de su cabalgadura que encima de ella.
El atuendo del clown estaba influido por el arlequín tal como Grimaldi lo determinó. De los bolsillos de sus desmesurados pantalones surgían objetos inverosímiles, y el sombrero puntiagudo le servía de peonza o para hacer puntería con anillas lanzadas desde lejos, mientras que estrafalarias pelucas contribuían a acentuar su aspecto cómico. Los clowns acrobáticos vestían ropa ajustada en sus números, siguiendo el aspecto y el estilo de los bufones cortesanos medievales. Pero fueran como fuesen sus ropas, compartían siempre determinados elementos identificadores: colorido y adornos exagerados, cintas chillonas, trajes de lunares, aparatosas gorgueras, enormes pajaritas y zapatos flexibles, todo ello acentuado por la intensa luz de los proyectores de la carpa principal.
Las pantomimas francesas, que seguían la tradición de Gines (actor a cara descubierta y vestido de blanco que era a su vez una variedad del mimo Pierrot), introdujeron sus destacados personajes cómicos de cara enharinada. Inicialmente ese efecto se lograba aplicando una sencilla pasta de harina y, más adelante, antes de la invención del maquillaje, con una mezcla de óxido de zinc, manteca y una tintura irritante de benzoína. Las mejillas coloradas del palurdo teatral inglés fueron estilizadas por Grimaldi, que las convirtió en círculos o triángulos perfectamente perfilados.
lunes, 10 de noviembre de 2008
Los ocho mandamientos del payaso

MIENTRAS ESTÉ VESTIDO Y MAQUILLADO DE PAYASO, actuaré y me comportaré siempre dentro de los límites del buen gusto. Recordaré en todo momento que he sido aceptado como miembro del club de los payasos estrictamente para ofrecer a los demás, y en particular a los niños, el entretenimiento limpio y divertido propio de los payasos. Recodaré que un buen payaso divierte a los demás riéndose de sí mismo o de sí misma, y no a expensas de los demás ni avergonzándolos.
Aprenderé a maquillarme de manera profesional. Dispondré de mi propio atuendo de payaso. Cuando actúe para el Club Internacional o en acontecimientos relacionados con los payasos profesionales (clown alley)*, mi actuación y mi tarea tendrán por objeto divertir a los demás, y no el beneficio o la publicidad personales. Cuando esté vestido y maquillado de payaso procuraré mantener siempre el anonimato, si bien pueden darse circunstancias en que eso no sea posible.
Mientras esté vestido o maquillado de payaso no consumiré bebidas alcohólicas. Además, no las tomaré antes de actuar como payaso. Me comportaré como un caballero / una dama sin entrometerme en otras actuaciones o acontecimientos ni meterme con espectadores u otras personas. No toleraré ni me implicaré en ningún tipo de acoso sexual ni de discriminación por motivos de raza, color, religión, sexo, procedencia nacional, edad, incapacidad o cualquier condición protegida.
Después de mis actuaciones me quitaré la ropa y el maquillaje y me vestiré de calle lo antes posible, de modo que no se me pueda relacionar con cualquier incidente que pudiera poner en cuestión el buen nombre de los payasos. Me comportaré en todo momento como un caballero / una dama.
Mientras esté vestido y maquillado de payaso seguiré las instrucciones del productor o de sus representantes reconocidos. Me atendré a todas las normas de actuación y no manifestaré quejas en público.
Haré todo lo que esté en mi mano para mantener un nivel óptimo en lo referente al maquillaje, la indumentaria, las características y la comicidad de los payasos.
Actuaré en tantos espectáculos de payasos como me sea posible.
Me comprometo a propiciar un ambiente carente de discriminación y de acoso con los payasos de cualquier edad a fin de compartir ideas y conocimientos sobre el arte del payaso.
* Clown alley es el nombre que se usa para denominar la zona exterior de la carpa del circo donde se reúnen los payasos.
viernes, 7 de noviembre de 2008
La princesa y el bufón
Un día llegó a la corte un pequeño bufón, era un tipejo simpático, muy alegre y divertido, que a la princesa, como a los demás, hacía reír con sus piruetas y tonterías. Poco a poco, el bufón fue acaparando la atención de los habitantes de palacio, todos pedían que repitiera una y otra vez sus gracias porque les divertían mucho, y así fue como la princesa empezó a pensar que ya nadie se daba cuenta de su presencia y sus preciosos sonrientes ojos empezaron a ponerse un poco tristes.
Una tarde, mientras la princesa paseaba sola por el jardín, oyó que alguien lloraba.
- ¿Qué te pasa? - preguntó sorprendida al ver al bufón que tras un árbol se secaba las lágrimas.
- Nadie se preocupa por mí - respondió el bufón entre sollozos.
- ¡Pero si todo el mundo te mira! - dijo la princesa - Desde que tú has llegado sólo tienen ojos para ti.
- Te equivocas, princesa, sólo les gustan mis chistes porque les hacen reír pero para ellos únicamente soy un pequeño bufón que no sabe hacer más que payasadas. En cambio a ti todos te admiran. No hay nadie como tú. Si tú apareces todos se vuelven a mirarte. Cuando inventas una historia los libros se cierran avergonzados porque nada de lo que tienen escrito se puede comparar a ninguno de tus cuentos. Si tú pintas las flores no quieren brotar, temen que sus colores no sean tan bonitos como tus dibujos. Cuando tú cantas los pájaros del cielo enmudecen y acuden volando para escucharte y, si bailas, hasta el viento cesa en los trigales pues no puede conseguir que las espigas dancen de forma más bella ...
Cuando la princesa escuchó esto se dio cuenta de lo mucho que la quería el bufón y también comprendió lo triste que él estaba porque nadie se había tomado la molestia de enseñarle las cosas que aun no sabía.
- No llores más, mi pequeño bufón, - dijo cariñosamente la princesa - yo te enseñaré todo aquello que desees pero hay algo muy importante que no puedo enseñarte porque nadie lo hace mejor que tú ... ¿querrás enseñarme?.
- ¿Yo?, - se extrañó el bufón - ¿qué puede haber que yo pueda enseñarte?.
- ¡Cómo hacer reír!.
Y así fue como la princesa y el bufón descubrieron que cada persona es única y que todos tenemos cosas que enseñarnos y cosas que aprender. Y, a partir de aquel día, los dos estuvieron siempre muy unidos y, aunque nunca se casaron, vivieron muy felices y comieron perdices.
Y colorín colorado este cuento se ha acabado y por la chimenea ha ... ¡volado!.
Gelouin
jueves, 6 de noviembre de 2008
El circo de papel
lunes, 3 de noviembre de 2008
Un circo de verano.
ecos de un redoble de tambor,
miré para todos lados
sólo vi a un caracol.
Acerqué mi cara al suelo:
¡no lo podía creer!
En unos zancos plateados
de barba y vincha,
recorría el césped
un caracol ¡equilibrista!
“Soy de un circo”, me contó,
“que se instaló acá a la vuelta”,
“hay un grillo payador,
chicharras que bailan cumbia,
bichos bolitas enanos
y una hormiga barbuda”.
¡Qué lindo debe ser ese circo!
¿A que hora es la función?
¡No me perdería por nada
ese espectáculo hoy!
¿Cuánto sale la entrada?
“Una miga de pan”, contestó
Yo ya me voy corriendo
¡dale! ¿por qué no venís vos?
es en el árbol del patio,
allá te espero yo,
porque este cuento termina,
ya termina,
El circo
lanzando gritos y bromeando acerca de la vida:
y no sé sus nombres. Y en mi alma vacía escucho siempre
cómo se balancean los trapecios. Dos
atletas saltan de un lado a otro de mi alma
contentos de que esté tan vacía.
Y oigo
oigo en el espacio sonidos
una y otra vez el chirriar de los trapecios
una y otra vez.
Una mujer sin rostro canta de pie sobre mi alma,
una mujer sin rostro sobre mi alma en el suelo,
mi alma, mi alma: y repito esa palabra
no sé si como un niño llamando a su madre a la luz,
en confusos sonidos y con llantos, o bien simplemente
para hacer ver que no tiene sentido.
Mi alma. Mi alma
es como tierra dura que pisotean sin verla
caballos y carrozas y pies, y seres
que no existen y de cuyos ojos
mana mi sangre hoy, ayer, mañana. Seres
sin cabeza cantarán sobre mi tumba
una canción incomprensible.
Y se repartirán los huesos de mi alma.
Mi alma. Mi
hermano muerto fuma un cigarrillo junto a mí.
Leopoldo Panero
domingo, 2 de noviembre de 2008
El ratón Glotón y Mario, el bibliotecario
—Pero a mí me han aprovechado más —respondió aquel.
—¡Imposible! —exclamó el roedor que más parecía un gorrino—. Nadie ha disfrutado de tantas siestas de pijama a cuenta de la literatura como yo.
—Yo aún estoy digiriendo mi primer libro.
—¿Cuál?
—La cartilla para aprender a leer —afirmó Mario, dibujando media sonrisa bajo sus gafas.
—A mí no me sirvió ni de aperitivo.
—Me das la razón.
—Te acordarás de esta.
—No te irá de tragarte más palabras.
(100 palabras)
sábado, 1 de noviembre de 2008
Historia de una madre
Llamaron a la puerta y entró un hombre viejo y pobre, envuelto en un holgado cobertor, que parecía una manta de caballo; son mantas que calientan, pero él estaba helado. Se estaba en lo más crudo del invierno; en la calle todo aparecía cubierto de hielo y nieve, y soplaba un viento cortante. Como el viejo tiritaba de frío y el niño se había quedado dormido, la madre se levantó y puso a calentar cerveza en un bote, sobre la estufa, para reanimar al anciano. Éste se había sentado junto a la cuna, y mecía al niño. La madre volvió a su lado y se estuvo contemplando al pequeño, que respiraba fatigosamente y levantaba la manita.
-¿Crees que vivirá? -preguntó la madre-. ¡El buen Dios no querrá quitármelo!
El viejo, que era la Muerte en persona, hizo un gesto extraño con la cabeza; lo mismo podía ser afirmativo que negativo. La mujer bajó los ojos, y las lágrimas rodaron por sus mejillas. Tenía la cabeza pesada, llevaba tres noches sin dormir y se quedó un momento como aletargada; pero volvió en seguida en sí, temblando de frío.
-¿Qué es esto? -gritó, mirando en todas direcciones.
El viejo se había marchado, y la cuna estaba vacía. ¡Se había llevado al niño! El reloj del rincón dejó oír un ruido sordo, la gran pesa de plomo cayó rechinando hasta el suelo, ¡paf!, y las agujas se detuvieron. La desolada madre salió corriendo a la calle, en busca del hijo. En medio de la nieve había una mujer, vestida con un largo ropaje negro, que le dijo:
-La Muerte estuvo en tu casa; lo sé, pues la vi escapar con tu hijito. Volaba como el viento. ¡Jamás devuelve lo que se lleva!
-¡Dime por dónde se fue! -suplicó la madre-. ¡Enséñame el camino y la alcanzaré!
-Conozco el camino -respondió la mujer vestida de negro pero antes de decírtelo tienes que cantarme todas las canciones con que meciste a tu pequeño. Me gustan, las oí muchas veces, pues soy la Noche. He visto correr tus lágrimas mientras cantabas.
-¡Te las cantaré todas, todas! -dijo la madre-, pero no me detengas, para que pueda alcanzarla y encontrar a mi hijo.
Pero la Noche permaneció muda e inmóvil, y la madre, retorciéndose las manos, cantó y lloró; y fueron muchas las canciones, pero fueron aún más las lágrimas.
Entonces dijo la Noche: -Ve hacia la derecha, por el tenebroso bosque de abetos. En él vi desaparecer a la Muerte con el niño.
Muy adentro del bosque se bifurcaba el camino, y la mujer no sabía por dónde tomar. Se levantaba allí un zarzal, sin hojas ni flores, pues era invierno, y las ramas estaban cubiertas de nieve y hielo.
-¿No has visto pasar a la Muerte con mi hijito?
-Sí -respondió el zarzal- pero no te diré el camino que tomó si antes no me calientas apretándome contra tu pecho; me muero de frío, y mis ramas están heladas.
Y ella estrechó el zarzal contra su pecho, apretándolo para calentarlo bien; y las espinas se le clavaron en la carne, y la sangre le fluyó a grandes gotas. Pero del zarzal brotaron frescas hojas y bellas flores en la noche invernal: ¡tal era el ardor con que la acongojada madre lo había estrechado contra su corazón! Y la planta le indicó el camino que debía seguir. Llegó a un gran lago, en el que no se veía ninguna embarcación. No estaba bastante helado para sostener su peso, ni era tampoco bastante somero para poder vadearlo; y, sin embargo, no tenía más remedio que cruzarlo si quería encontrar a su hijo. Se echó entonces al suelo, dispuesta a beberse toda el agua; pero ¡qué criatura humana sería capaz de ello! Mas la angustiada madre no perdía la esperanza de que sucediera un milagro.
-¡No, no lo conseguirás! -dijo el lago-. Mejor será que hagamos un trato. Soy aficionado a coleccionar perlas, y tus ojos son las dos perlas más puras que jamás he visto. Si estás dispuesta a desprenderte de ellos a fuerza de llanto, te conduciré al gran invernadero donde reside la Muerte, cuidando flores y árboles; cada uno de ellos es una vida humana.
-¡Ay, qué no diera yo por llegar a donde está mi hijo! -exclamó la pobre madre-,
y se echó a llorar con más desconsuelo aún, y sus ojos se le desprendieron y cayeron al fondo del lago, donde quedaron convertidos en preciosísimas perlas. El lago la levantó como en un columpio y de un solo impulso la situó en la orilla opuesta. Se levantaba allí un gran edificio, cuya fachada tenía más de una milla de largo. No podía distinguirse bien si era una montaña con sus bosques y cuevas, o si era obra de albañilería; y menos lo podía averiguar la pobre madre, que había perdido los ojos a fuerza de llorar.
-¿Dónde encontraré a la Muerte, que se marchó con mi hijito? -preguntó.
-No ha llegado todavía -dijo la vieja sepulturera que cuida del gran invernadero de la Muerte-. ¿Quién te ha ayudado a encontrar este lugar?
-El buen Dios me ha ayudado -dijo la madre-. Es misericordioso, y tú lo serás también. ¿Dónde puedo encontrar a mi hijo?
-Lo ignoro -replicó la mujer-, y veo que eres ciega. Esta noche se han marchitado muchos árboles y flores; no tardará en venir la Muerte a trasplantarlos. Ya sabrás que cada persona tiene su propio árbol de la vida o su flor, según su naturaleza. Parecen plantas corrientes, pero en ellas palpita un corazón; el corazón de un niño puede también latir. Atiende, tal vez reconozcas el latido de tu hijo, pero, ¿qué me darás si te digo lo que debes hacer todavía?
-Nada me queda para darte -dijo la afligida madre pero iré por ti hasta el fin del mundo.
-Nada hay allí que me interese -respondió la mujer pero puedes cederme tu larga cabellera negra; bien sabes que es hermosa, y me gusta. A cambio te daré yo la mía, que es blanca, pero también te servirá.
-¿Nada más? -dijo la madre-. Tómala enhorabuena -. Dio a la vieja su hermoso cabello, y se quedó con el suyo, blanco como la nieve.
Entraron entonces en el gran invernadero de la Muerte, donde crecían árboles y flores en maravillosa mezcolanza. Había preciosos, jacintos bajo campanas de cristal, y grandes peonías fuertes como árboles; y había también plantas acuáticas, algunas lozanas, otras enfermizas. Serpientes de agua las rodeaban, y cangrejos negros se agarraban a sus tallos. Crecían soberbias palmeras, robles y plátanos, y no faltaba el perejil ni tampoco el tomillo; cada árbol y cada flor tenia su nombre, cada uno era una vida humana; la persona vivía aún: éste en la China, éste en Groenlandia o en cualquier otra parte del mundo. Había grandes árboles plantados en macetas tan pequeñas y angostas, que parecían a punto de estallar; en cambio, se veían míseras florecillas emergiendo de una tierra grasa, cubierta de musgo todo alrededor. La desolada madre fue inclinándose sobre las plantas más diminutas, oyendo el latido del corazón humano que había en cada una; y entre millones reconoció el de su hijo.
-¡Es éste! -exclamó, alargando la mano hacia una pequeña flor azul de azafrán que colgaba de un lado, gravemente enferma.
-¡No toques la flor! -dijo la vieja-. Quédate aquí, y cuando la Muerte llegue, pues la estoy esperando de un momento a otro, no dejes que arranque la planta; amenázala con hacer tú lo mismo con otras y entonces tendrá miedo. Es responsable de ellas, ante Dios; sin su permiso no debe arrancarse ninguna.
De pronto se sintió en el recinto un frío glacial, y la madre ciega comprendió que entraba la Muerte.
-¿Cómo encontraste el camino hasta aquí? -preguntó.- ¿Cómo pudiste llegar antes que yo? -¡Soy madre! -respondió ella
. La Muerte alargó su mano huesuda hacia la flor de azafrán, pero la mujer interpuso las suyas con gran firmeza, aunque temerosa de tocar una de sus hojas. La Muerte sopló sobre sus manos y ella sintió que su soplo era más frío que el del viento polar. Y sus manos cedieron y cayeron inertes.
-¡Nada podrás contra mí! -dijo la Muerte.
-¡Pero sí lo puede el buen Dios! -respondió la mujer.
-¡Yo hago sólo su voluntad! -replicó la Muerte-. Soy su jardinero. Tomo todos sus árboles y flores y los trasplanto al jardín del Paraíso, en la tierra desconocida; y tú no sabes cómo es y lo que en el jardín ocurre, ni yo puedo decírtelo.
-¡Devuélveme mi hijo! -rogó la madre, prorrumpiendo en llanto. Bruscamente puso las manos sobre dos hermosas flores, y gritó a la Muerte:
-¡Las arrancaré todas, pues estoy desesperada!
-¡No las toques! -exclamó la Muerte-. Dices que eres desgraciada, y pretendes hacer a otra madre tan desdichada como tú.
-¡Otra madre! -dijo la pobre mujer, soltando las flores-. ¿Quién es esa madre?
-Ahí tienes tus ojos -dijo la Muerte-, los he sacado del lago; ¡brillaban tanto! No sabía que eran los tuyos. Tómalos, son más claros que antes. Mira luego en el profundo pozo que está a tu lado; te diré los nombres de las dos flores que querías arrancar y verás todo su porvenir, todo el curso de su vida. Mira lo que estuviste a punto de destruir. Miró ella al fondo del pozo; y era una delicia ver cómo una de las flores era una bendición para el mundo, ver cuánta felicidad y ventura esparcía a su alrededor. La vida de la otra era, en cambio, tristeza y miseria, dolor y privaciones. -Las dos son lo que Dios ha dispuesto -dijo la Muerte.
-¿Cuál es la flor de la desgracia y cuál la de la ventura? -preguntó la madre.
-Esto no te lo diré -contestó la Muerte-. Sólo sabrás que una de ellas era la de tu hijo. Has visto el destino que estaba reservado a tu propio hijo, su porvenir en el mundo. La madre lanzó un grito de horror:
-¿Cuál de las dos era mi hijo? ¡Dímelo, sácame de la incertidumbre! Pero si es el desgraciado, líbralo de la miseria, llévaselo antes. ¡Llévatelo al reino de Dios! ¡Olvídate de mis lágrimas, olvídate de mis súplicas y de todo lo que dije e hice!
-No te comprendo -dijo la Muerte-. ¿Quieres que te devuelva a tu hijo o prefieres que me vaya con él adonde ignoras lo que pasa? La madre, retorciendo las manos, cayó de rodillas y elevó esta plegaria a Dios Nuestro Señor:
-¡No me escuches cuando te pida algo que va contra Tu voluntad, que es la más sabia! ¡No me escuches! ¡No me escuches! Y dejó caer la cabeza sobre el pecho, mientras la Muerte se alejaba con el niño, hacia el mundo desconocido.
Hans Christian Andersen